El mito de «una vida de la que no necesites vacaciones»

El mito de una vida de la que no necesitas vacaciones

Yo soy la primera que defiende a capa y espada eso de busca un trabajo que te guste y no volverás a trabajar ni un solo día de tu vida. Pero solo hasta cierto punto. No hay nada más enriquecedor que poder ganarse el sustento haciendo algo que nos apasiona y que hace que las horas que pasemos trabajando vuelen casi sin darnos cuenta. Pero si algo he aprendido a lo largo de mi vida adulta es que de todos los trabajos, —por muy maravillosos que sean— se necesitan vacaciones, por el bien de nuestra salud mental y de nuestra creatividad.

Todos necesitamos vacaciones

Cuando era adolescente era una adicta a las artes marciales. Me saqué el cinturón negro de Hapkido y el azul de Taekwondo, y competía en distintas disciplinas de estas dos artes marciales, además de probar otras en cuanto tenía la más mínima oportunidad. Salía de clase y me iba directa al gimnasio a entrenar, y hacía otro tanto los sábados y demás días libres en que abriera el gimnasio. Y a veces, si el gimnasio estaba cerrado quedábamos algunos compañeros para entrenar un poco en algún parque cercano.

Durante los últimos años en la Escuela de Arte Dramático decidí buscarme un trabajo a tiempo parcial para tener algo de dinero para mis gastos. Tras un breve paso por uno de los Telepizza de mi ciudad —no se me daba nada mal estirar masa y voltearla en el aire, que conste— me pareció más lógica y atractiva la idea de trabajar en gimnasios dando clases de Hapkido. Al fin y al cabo era algo que me encantaba y que seguro que iba a ser mucho más llevadero que estar preparando pizzas. Así que en cuanto me surgió la oportunidad, acepté la propuesta y empecé a dar clases, al principio a niños y más tarde también a adultos.

No voy a mentiros: lo pasé en grande. Tuve la suerte de dar con unos alumnos increíbles que me mantenían motivada para preparar a fondo cada una de mis clases, y yo misma aprendí más enseñándoles de lo que me habría esperado.

Pero enseñar —independientemente de la materia de la que se trate— es una tarea muy exigente y mentalmente agotadora, y después de mi segundo año dando clases me di cuenta de que mi entusiasmo inicial había decaído considerablemente. Mi pasatiempo, mi pasión, se había convertido en trabajo y por lo tanto en una obligación, y estaba empezando a perder su halo seductor.

Años después recorrí este mismo camino de desencanto con el ilusionismo —que empezó siendo mi hobby mientras trabajaba como actriz especialista de acción, pero que acabó convirtiéndose en mi principal fuente de ingresos y en una obligación durante varios años—. Y aún hoy temo que vuelva a ocurrirme con esto del blogging.

Porque, aunque soy muy consciente de la suerte que tengo de tener un trabajo estupendo que además me permite viajar y organizar libremente mis horarios, y aunque soy una enganchada a internet y a las redes sociales, también tengo mis momentos de querer desconectar de todo aunque solo sea por un par de semanas.

El problema está, en mi opinión, en que durante los últimos años han proliferado como setas los coaches y los gurús que te cuentan —tras hacerte pasar por caja, obviamente— que la solución a todos tus problemas es dejar tu trabajo gris y aburrido y perseguir tus sueños para construir una vida de la que no necesites vacaciones. Gurús que dicen ganarse un dineral con su blog de viajes por el mundo, cuando lo cierto es que solo sacan tajada vendiendo ebooks y cursos de dudosa utilidad a gente que se siente insatisfecha con su trabajo. O gurús que te convencen de que pagues por su webinar para hacerte rico en YouTube cuando ellos mismos apenas tienen varios miles de suscriptores en su canal. Gente que personifica aquello de haz lo que yo diga pero no lo que yo haga.

Pero lo que no te cuentan estos coaches es que el trabajo de tus sueños también se acaba convirtiendo en rutina tarde o temprano, y que el verdadero reto es a nivel interior y consiste en ser capaces de mantenernos motivados, o de cambiar el rumbo de nuestra carrera cuando ya no nos sea posible.

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Así que no te sientas culpable si te descubres fantaseando con tus merecidas dos semanas de playa, porque no quiere decir que te disguste tu trabajo o que hayas fracasado en tu sagrada misión de conseguir realizarte a nivel laboral. Quiere decir que simplemente eres un ser humano y que, como todos los demás, de vez en cuando necesitas un buen reseteo para volver a comerte el mundo con ganas.

2 respuestas a “El mito de «una vida de la que no necesites vacaciones»”

  1. Soy dentista en la Seguridad Social, con lo que juntamos dos cosas terribles: el cara al público y el miedo al dolor que siente cualquiera que pisa un edificio lleno de «batas blancas». A mí me chifla mi trabajo, me puedo pasar horas habñandote de dientes, de encías y de más cosas que le revuelven el estómago a cualquiera. Pero de vez en cuando me encuentro diciendo «Dios, como odio a todo el mundo». Por lo general es una o dos veces por semana. Pues bien, la semana antes de irme de vacaciones pensaba eso ¡tras cada paciente! Igual que nunca miro el euromillón, y justo antes del verano fantaseaba a todas horas con ganar la lotería y dejar el trabajo para siempre.

    Así que suscribo todo lo que dices, las vacaciones son super-necesarias. Aunque no se haga nada especial, el mero hecho de no tener horarios, no tener obligaciones y no ver a la misma gente de siempre es buenísimo para el cuerpo y la mente. Sin ir más lejos, he vuelto al trabajo esta semana y todavía no he «odiado» a nadie. Je, je

    Un saludo

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    • ¡Eso es! La dosis adecuada de desconexión nos hace volver con entusiasmo y energía. Y no hay que sentirse culpable por tener ganas de que lleguen las vacaciones, porque no hay rutina que se pueda aguantar 365 días al año. Hasta estar de vacaciones tanto tiempo terminaría por aburrirnos. 🙂

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