
Ayer cometí el error de probarme unos pantalones en Primark. Es algo que no suelo hacer porque casi siempre llevo prisa o hay mucha cola en los probadores, así que si dudo entre dos tallas de alguna prenda siempre prefiero comprar las dos para probármelas tranquilamente en casa y pasar después a devolver la que no me esté bien. Pero ayer yo tenía todo el tiempo del mundo y no había demasiada gente en el establecimiento, por lo que me aventuré en los probadores con un pantalón vaquero en dos tallas diferentes.
En los probadores de las tiendas de cierta categoría todo está estudiado al milímetro y tanto la iluminación como los espejos se colocan pensando en que las potenciales compradoras se vean siempre favorecidas. Puede que parezca un poco tramposo, pero la realidad es que a nadie le gusta que le llamen la atención sobre su celulitis galopante cuando va de compras, que es exactamente lo que me ocurrió a mí ayer por la tarde.
Que no es que yo no supiera ya a estas alturas que lo que hay entre la celulitis y yo es una de esas pocas historias que dura para toda la vida. El shock viene porque aquella iluminación maldita, tan dura y tan vertical, hizo que mi piel de naranja se viera mucho más marcada de lo habitual. Y no pude evitar sentirme culpable, porque es verdad que este último año he estado llevando un estilo de vida mucho más sedentario de lo que debería.
Intenté tomármelo con humor y que no me afectara más de lo necesario, pero quince minutos después estaba haciendo la compra de la semana en el súper y cuando me quise dar cuenta llevaba la cesta llena de fruta y verdura. Como si la compra la estuviera haciendo otra persona. Nada de pizza, nada de pasta, nada de chocolate. Y lo que es peor aún: al llegar a la sección de cosmética me sorprendí a mí misma mirando con esperanza los leggings reafirmantes y remodeladores de Nivea. Leer Más