
De no haber sido porque esta portada de Vogue me ha pillado en plena ola de calor hubiera pensado que se trataba de alguna broma por el día de los Santos Inocentes. Una vez pasado el primer arrebato de indignación pensé que quizá el problema fuera mío por haberme vuelto demasiado intransigente con el tema, pero cuanto más reflexionaba al respecto más insultante me parecía todo el asunto.
Porque no solo la portada, sino prácticamente todo el número de junio de la popular cabecera de moda, es un insulto a la sensatez y a la inteligencia de sus lectoras.
Nunca he discutido el argumento que defiende el uso de modelos delgadísimas o de los abusos de photoshop en revistas alegando que lo que hacen son creaciones artísticas de intención aspiracional. Puede parecerme irresponsable y cruel que una publicación nacional contribuya a difundir un cánon estético irreal e inalcanzable para la mayoría de las mujeres de este planeta, pero al fin y al cabo aquí parece ampararles aquello de la libertad de expresión. Puedo incluso obviar su cinismo a la hora de echar balones fuera argumentando que ellos no son los responsables de las inseguridades adolescentes y de sus consecuentes trastornos alimentarios. Pero lo que no consiento es que me traten como a una estúpida.
Porque hay que tener mucha desfachatez para promover una imagen femenina inalcanzable y después lavarse las manos por los trastornos ocasionados, pero hay que tener mucha más, muchísima desfachatez más, para usar como campaña de marketing una fingida solidaridad con el problema y un falso propósito de sensibilización al respecto.
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