
La moda del contouring, de la que ya os he hablado con más detalles en este otro post, parece algo reciente y novedoso. Pero por mucho que quien sea se haya sacado de la manga el nombre molón, con él no dejamos de referirnos a lo que han hecho los maquilladores durante toda la vida: modelar y esculpir el rostro usando maquillaje de distintos tonos.
Lo que lo ha hecho tan popular durante las últimas temporadas ha sido la proliferación de tutoriales —tanto en blogs como en Youtube, aunque sobre todo en Instagram— en los que en lugar de seguir el orden habitual del proceso, se pintaba toda la cara con todos los tonos al mismo tiempo para después difuminar de una vez todos los productos con una esponja de látex.
La verdad es que esta iniciativa de publicar fotos mostrando cómo se aplicaba cada producto en según qué parte del rostro ayudaba mucho a esquematizar todo el proceso. Y ha sido precisamente esta esquematización del arte de contornear la que ha conseguido que cada vez más chicas entendieran el juego de claroscuros con los que se pueden modelar las facciones y se atrevieran a intentarlo.

Pero como suele pasar con todas las cosas que se convierten en tendencia siempre hay un afán por llevarlas más allá hasta sus últimas consecuencias, y al final nos pasa lo que nos ha acabado pasando con el clown contouring: que terminamos cruzando esa delgada línea que nos lleva al punto de no retorno y nos dejamos la dignidad por el camino.
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