
En Logroño (también conocido como Invernalia) esto del verano nos ha pillado un poco por sorpresa. O al menos a mí. Hace dos semanas no podía salir de noche sin una chaqueta o cazadora de cuero y ahora de repente estamos inmersos en la ola de calor que azota a todo el país desde hace unos días. Y esto de que el verano haya entrado de lleno de forma súbita tiene un principal inconveniente que es el de las piscinas engañosamente tentadoras.
Te explico. Tú bajas con tu revista y tu toalla dispuesta a broncearte en una pose glamourosa mientras haces oídos sordos a los berreos de los hijos gritones de tus vecinos. Cuando llevas apenas diez minutos la ola de calor empieza a hacer de las suyas y empiezas a darte cuenta de que, por mucho que estilice, quizá no haya sido buena idea ponerte un bañador negro. Porque el sol se encarga de calentarlo tanto que tienes la sensación de que podrías hacer una barbacoa sobre él. Mañana me pongo el biquini blanco, te dices, ese que tienes reservado para cuando luzcas un bronceado envidiable.
Entre tanta reflexión trascendental la temperatura sigue subiendo y es entonces cuando barajas las posibilidad de darte un chapuzón rápido y volver a tu pose digna sobre la toalla. Dejan de importarte los alaridos de los niños mimados y chillones engendrados por tu vecindad que salpican y chapotean de forma ruidosa, frente a la idea, que cada vez va cobrando más fuerza, de convertir ese bañador negro que te abrasa en algo húmedo que refresque de forma agradable tu piel.
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