
Al margen de la expectación creada por esta primera colección de Alta Costura de John Galliano para Martin Margiela, no cabe duda que el momento más esperado del desfile era aquel en el que el diseñador gibraltareño salía a recibir los aplausos cosechados por sus propuestas.
Durante su época en Christian Dior Galliano nos acostumbró a saludos tan excesivos y teatrales como lo fueron sus diseños, en los que su propia imagen competía con la de sus modelos a la hora de reclamar su dosis correspondiente de atención mediática.
Pero con Margiela las cosas tenían que ser diferentes. El diseñador jugó bien sus cartas y supo dejar a un lado su faceta más histriónica para aparecer haciendo gala de una modestia y una humildad muy bien ensayadas. Con el pelo recogido en una simple coleta, sin rastros de maquillaje, las manos cruzadas con recato delante del cuerpo y luciendo una bata blanca como único atavío, Galliano quiso emular a grandes maestros modistas como Yves Saint Laurent, Balenciaga o Elio Berhanyer, que también hicieron suyo el discreto uniforme de los artesanos de costura.
Un gesto simple pero claro con el que el recién estrenado director creativo de Margiela hace declaración de intenciones: el hijo pródigo, l’enfant terrible de la moda, ha vuelto pero haciendo acto de contrición y pidiendo que dejemos a un lado su vida personal para juzgarlo solo por sus diseños.
¿Estamos ante uno de sus personajes, uno acorde a la actitud arrepentida que le toca mostrar en estos momentos, o se trata del Galliano que veremos a partir de ahora? Solo el tiempo lo dirá. Me gusta verlo tan profesional y tan centrado en crear, pero tampoco me importaría que recuperase en algún momento esa teatralidad suya tan característica.