No sé muy bien de dónde me viene a mí esta obsesión por las casas pequeñitas. Igual tiene algo que ver el hecho de que con ocho años me quedé total y absolutamente fascinada con el anuncio de la Súper Van de Chabel, la que por aquel entonces era mi muñeca favorita y compañera inseparable de juegos. ¿Para qué iba mi Chabel a querer una casa, pudiendo tener una autocaravana con la que poder viajar por todo el mundo sin tener que renunciar a las comodidades de llevar encima todo lo necesario para vivir cómodamente? La idea me sedujo desde un principio, así que no tardé en incluir la Súper Van en mi lista de encargos para los Reyes Magos.
Desafortunadamente se ve que el tema de la Súper Van se les iba de presupuesto a Sus Majestades, porque aquellas navidades me trajeron una nueva Chabel —la versión safari, para calmar un poco mis ansias exploradoras— pero ni rastro de la autocaravana de ensueño. Y me da la sensación de que puede que me haya quedado en el subconsciente algún tipo de frustración al respecto con la que no he sabido lidiar, que quizá sea un poco la culpable esta obsesión mía por las autocaravanas y las casas pequeñas.
El caso es que mi sección favorita de IKEA siempre ha sido el mini piso de exposición de 25 metros cuadrados, y que podría pasarme días enteros naufragando en Pinterest tras poner las palábras mágicas tiny houses en el buscador. Me produce un placer indescriptible asomarme a esas casitas sin más espacio que el imprescindible e imaginar cómo sería mi vida en cualquiera de ellas, y me encanta descubrir nuevas e ingeniosas maneras de aprovechar cada uno de los rincones que se les han ocurrido a sus dueños. Leer Más