Las pasadas navidades, al principio de un viaje de algo más de dos semanas mi MacBook Pro volvió a estropearse —una vez más—. Como suele pasar con estas cosas, ocurrió en el peor momento posible, porque tenía bastante trabajo para esos días y estando las navidades de por medio no tenía garantías de que en una Apple Store me lo reparasen lo suficientemente rápido como para tenerlo a tiempo antes de volver a viajar de vuelta a casa. Necesitaba un dispositivo para trabajar esos días, y aunque al principio barajé la posibilidad de aprovechar la emergencia para comprarme un MacBook de 12″ o un MacBook Air, al final llegué a la conclusión de que era un poco absurdo, ya que en teoría todo lo que necesitaba mi MacBook Pro era otro cambio de placa base para volver a funcionar.
El caso es que preferí renovar mi iPad —llevo varios años con un iPad Mini que uso sobre todo para leer y jugar cuando viajo, pero que se me quedaba un poco corto para trabajar— y aproveché la coyuntura para hacerme con un iPad Pro de 12.9″, con 256 GB de almacenamiento y 4G. Y aunque fue una adquisición totalmente imprevista de la que temía terminar arrepintiéndome, finalmente el cacharro ha terminado por convertirse en el dispositivo principal para mi día a día, tanto para entretenimiento como para trabajar. Después de un periodo de adaptación inicial he terminado encontrando aplicaciones con las que puedo sustituir todo el software exclusivo de escritorio que usaba en el ordenador. Me ha tocado acostumbrarme a trabajar continuamente con Dropbox y iCloud, pero a cambio he ganado en portabilidad y mi espalda agradece infinitamente no tener que cargar con demasiado peso en la mochila o en el bolso. Leer Más