Por culpa de la pandemia todos echamos de menos cosas realmente importantes, como familiares y amigos a los que no hemos tenido la oportunidad de ver tanto como nos gustaría. Pero también hay detalles de nuestra vida cotidiana que esta situación nos ha arrebatado sin miramientos, y aunque se trate de cosas pequeñas y aparentemente sin tanta importancia, al final todo es un suma y sigue que termina por restar enteros a nuestra paz mental y a nuestro equilibrio emocional.
Habrá quienes echen de menos la pausa de media mañana para tomar un café con los compañeros de oficina, o las clases de bailes de salón, o poder probarse la ropa o el maquillaje al ir de compras. Cosas en las que antes ni reparábamos mentalmente de tan asumidas como naturales que las teníamos.
Yo lo que echo de menos es escribir desde cafeterías. Sé que suena un poco a postureo, y que en realidad no tengo ni derecho a quejarme porque por suerte tengo un rincón de trabajo de lo más apañado en casa. Pero antes, si me atascaba con un texto cogía el portátil y me escapaba a alguna de las muchas cafeterías encantadoras que hay en Torquay. Nada como una taza de té y el murmullo educado de extraños a mi alrededor hablando en un idioma que no es el mío para conectar mejor conmigo misma y permitir que las ideas fluyan.
Al menos tengo la fortuna de vivir al lado de un parque precioso, así que, a falta de cafeterías con encanto, lo que he estado haciendo durante estas semanas de confinamiento ha sido salir a buscar algunos rayos de sol (además de la inspiración para escribir) siempre que el tiempo me lo ha permitido.