Las pasadas navidades, al principio de un viaje de algo más de dos semanas mi MacBook Pro volvió a estropearse —una vez más—. Como suele pasar con estas cosas, ocurrió en el peor momento posible, porque tenía bastante trabajo para esos días y estando las navidades de por medio no tenía garantías de que en una Apple Store me lo reparasen lo suficientemente rápido como para tenerlo a tiempo antes de volver a viajar de vuelta a casa. Necesitaba un dispositivo para trabajar esos días, y aunque al principio barajé la posibilidad de aprovechar la emergencia para comprarme un MacBook de 12″ o un MacBook Air, al final llegué a la conclusión de que era un poco absurdo, ya que en teoría todo lo que necesitaba mi MacBook Pro era otro cambio de placa base para volver a funcionar.

El caso es que preferí renovar mi iPad —llevo varios años con un iPad Mini que uso sobre todo para leer y jugar cuando viajo, pero que se me quedaba un poco corto para trabajar— y aproveché la coyuntura para hacerme con un iPad Pro de 12.9″, con 256 GB de almacenamiento y 4G. Y aunque fue una adquisición totalmente imprevista de la que temía terminar arrepintiéndome, finalmente el cacharro ha terminado por convertirse en el dispositivo principal para mi día a día, tanto para entretenimiento como para trabajar. Después de un periodo de adaptación inicial he terminado encontrando aplicaciones con las que puedo sustituir todo el software exclusivo de escritorio que usaba en el ordenador. Me ha tocado acostumbrarme a trabajar continuamente con Dropbox y iCloud, pero a cambio he ganado en portabilidad y mi espalda agradece infinitamente no tener que cargar con demasiado peso en la mochila o en el bolso.

Cuando compré el iPad durante aquel viaje me hice también con los accesorios básicos imprescindibles: el Apple Pencil, un protector de pantalla de vidrio templado y una funda negra de Speck —demasiado sobria para mi gusto, pero es que en aquel establecimiento no había demasiadas entre las que elegir—. Un mes después, por culpa de un desafortunado accidente en la cocina la funda se me manchó de aceite y se estropeó, así que me puse a buscarle sustituta en Amazon.

Como estaba muy contenta con la Speck la busqué de nuevo y me encontré con la sorpresa de que estaba disponible en color rosa fucsia y encima mucho más barata que la negra —la negra me costó 50€ mientras que la fucsia estaba a solo 9£—, así que no me lo pensé dos veces.

Ya había tenido otros productos de Speck, como la carcasa para el portátil, así que en su momento no me importó pagar lo que costaba la funda negra porque sabía que estaba comprando un artículo de muy buena calidad. Pero encontrármela más barata y en un color que me encanta ha sido una grata sorpresa.

La funda tiene una estructura de plástico rígido con aberturas para los cuatro altavoces, que es sobre la que se encaja el iPad. Todos los puertos y botones quedan accesibles. Esta estructura rígida hace que el iPad no se salga con facilidad de la funda por accidente, pero al mismo tiempo tampoco dificulta demasiado el gesto de sacarlo para cuando queramos por ejemplo cambiarle la tarjeta sim si estamos de viaje en otro país.

Alrededor de esta parte rígida tenemos una tapa trasera y una delantera de cuero sintético de muy buena calidad y con unos acabados impecables. El interior de la tapa delantera es de un tejido similar al fieltro que ayuda a mantener la pantalla libre de huellas, y tiene cuatro ranuras para encajar el iPad en cuatro ángulos diferentes.

Si ponemos el iPad en la ranura que lo hace estar más vertical nos queda espacio suficiente para apoyar sobre la tapa un teclado BlueTooth —yo sigo usando el que encontré en Salvador Bachiller—, y de esta forma podemos incluso usar ambas cosas sobre el regazo a modo de portátil convencional.

La tapa delantera puede plegarse hacia el interior dejando el iPad en un ángulo muy cómodo para escribir con el teclado táctil o para dibujar o editar fotos y vídeos con el Apple Pencil. Con la tapa doblada de esta forma también podemos poner el iPad en vertical, algo que viene de maravilla cuando queremos apoyarlo en superficies estrechas como la mesita plegable de un avión o un autobús para ver una serie o película.

La funda tiene también un pequeño cierre que evita que el iPad se abra cuando lo llevamos en la mochila.

Es sin duda una funda muy equilibrada, que no le añade demasiado grosor ni demasiado peso al dispositivo —unos 300 gramos—, pero que lo protege a la perfección de posibles golpes o caídas. Las dos únicas pegas que puedo ponerle es que no permita girar el iPad para trabajar con él en posición vertical, algo necesario dado que hay muchas aplicaciones que aún no están optimizadas para usarse en modo horizontal, y que no tenga ningún soporte para enganchar el lápiz. Pero teniendo en cuenta la calidad y el precio de esta funda merece la pena pasar por alto esos dos peros.