A los trece años convencí a mi madre para que me pidiera cita con una esteticista para hacerme la cera. Ella insistía en que mi vello era rubio y débil y no merecía la pena pasar por esa tortura, pero yo tenía dos buenas razones para hacer caso omiso de sus advertencias. La primera era que había notado que el vello de mis tobillos empezaba a oscurecerse, y la segunda es que todas mis amigas ya se depilaban por aquella época y era un poco frustrante no poder entrar en las discusiones sobre la mejor manera para acabar con el incordio de los pelitos indeseados. Probablemente de no haber sido por esto último yo ni siquiera me hubiera dado cuenta de que esos pequeños pelitos rubios debían de resultarme molestos.
La experiencia con la esteticista fue lo suficientemente traumática como para que me prometiera a mí misma no volver a acercarme a ningún sitio donde se «cocinara» cera caliente, y desde entonces me entregué a la dulce tarea de depilarme las piernas con cuchillas de afeitar, pese a todas las advertencias que me hicieron de que el vello me crecería más fuerte y espantosamente oscuro. A todos los pájaros de mal agüero que intentaron asustarme debo decirles que erraron por completo en sus apocalípticas profecías, y que mi vello ha seguido siendo el de siempre.
La zona de la línea del bikini se volvió en cambio algo más conflictiva, y por ese motivo me envalentoné y al llegar a Madrid hace unos años volví a pedir cita para hacerme la cera en un centro cercano a la Glorieta de Bilbao de cuyo nombre no quiero acordarme. El doloroso recuerdo que tenía de mi adolescencia se quedó corto a la hora de llegar a las ingles, pero aguanté estoicamente, y quizá hubiera incluso repetido de no ser porque al llegar a casa me di cuenta de que la esteticista me había dejado un trozo de cera pegado en una de mis ingles. No queráis ni imaginaros lo que se siente al arrancar de la piel un trozo de cera fría. Duele. Mucho. Muchísimo.
De nuevo volví a resignarme a la cuchilla, pero a menudo pensaba que con este ajetreado ritmo de vida que llevo sería muy de agradecer encontrar una solución algo más permanente. Me dejé tentar por la depilación láser cuando oí hablar de ella, pero el precio me echaba para atrás, por no hablar de la incomodidad de tener que estar yendo a un centro de estética cada quince días durante varios meses.
Pero cuando tuve TRIA en mis manos esas dos pegas desaparecieron. TRIA prometía la profesionalidad de la depilación láser, pero con la comodidad de poder hacértela tú misma en casa. Teniendo en cuenta que el precio medio de depilación láser para todo el cuerpo ronda los 1.500 euros, y que en ese caso solo hablamos de unas tres sesiones (que no garantizan la desaparición total del vello), pagar 500 euros por tener el aparato en casa y poder hacerte todas las sesiones que sean necesarias lo convierte en una buena inversión.
Y dado que se trata de un producto que vas a usar como mucho una vez cada quince días, no es ninguna locura que plantearte comprarlo a medias con tu hermana o con alguna amiga. De hecho incluso sería una más que buena idea contar con una aliada a la hora de llegar a las zonas más complicadas. Yo de momento solo me he atrevido con las ingles y os quiero contar mi experiencia.
TRIA viene con un detallado manual de instrucciones y un calendario con pegatinas para que vayas señalando las fechas y no pierdas la cuenta de las sesiones que llevas. Tarda unas tres horas en cargarse, y tiene tres intensidades diferentes, para que utilices la que mejor soportes. Sí, he dicho soportes, porque se supone que el láser duele/quema/molesta según cada persona. Yo probé primero en una pequeña zona de las piernas con la intensidad más baja, y como no notaba nada, fui subiendo hasta que llegué al máximo, pero lo único que llegué a percibir fue un poco de calor.
Alentada por la experiencia me animé a ponerme manos a la obra con la dichosa línea del bikini, y cuál fue mi sorpresa cuando al aplicar el láser en su intensidad más baja, sentí un calambrazo que me hizo replantearme el propósito. Probé una segunda vez, por si se trataba de algo aislado, pero la sensación fue la misma. Empecé a recabar información y entonces fue cuando supe que el dolor en la depilación láser es directamente proporcional a la densidad de folículos pilosos activos, y que para más inri las ingles son probablemente la zona más sensible.
Cuando estaba a punto de tirar la toalla hablé con una amiga, que me recomendó una crema de efecto anestésico que ella había usado con el mismo propósito unos años antes llamada EMLA, así que este fin de semana he vuelto a la carga con el asunto y he completado la misión de mi primera sesión de láser con éxito.
La crema hay que aplicarla al menos un par de horas antes de la sesión, y su efecto dura lo suficiente como para que la sensación de «calambre» se reduzca a un cosquilleo más que soportable.
Se supone que hay que esperar varias sesiones para empezar a ver resultados, así que ya os iré contando…
¿Os habéis hecho la depilación láser? ¿Cuál ha sido vuestra experiencia al respecto?





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