Llevamos una buena racha de bodas secretas o sorpresa por parte del famoseo internacional, de esas de las que apenas se filtran un par de fotos borrosas hechas desde lejos o con algún teléfono móvil, y que no nos permiten cotillear deleitarnos en condiciones en los detalles del secreto mejor guardado de la ceremonia: el vestido de la novia.
Y ahora que por fin salen a la luz las fotos oficiales de la última de estas bodas secretas, la de Justin Timberlake y Jessica Biel, en lugar de alegrarme por la novia me ha embargado una profundísima pena por ella. No porque la elección del vestido no haya sido acertada, que a mí de hecho me ha parecido de lo más original, sino porque lo que no ha sido un acierto en esta boda ha sido el novio.
A ver, Justin Timberlake, da gracias a todos los santos de que no era conmigo con quien te casabas, porque habría batido algún récord pidiéndote el divorcio apenas unas horas después del enlace. Concretamente nada más terminar la sesión de fotos para la revista People. Toma nota, chaval: cuando una mujer se decide a llevar un vestido ROSA de alta costura el día de su boda es porque necesita un poco de atención. Lo último que quiere es que su recién estrenado maridito le robe todo el protagonismo de la portada de turno saltando con cara de poseso mientras ella queda relegada a un tímido y discreto segundo plano.
Jessica Biel nunca ha sido muy de acaparar flashes en general, pero de ahí a que ni siquiera en su gran día pueda disfrutar de su merecido protagonismo hay un trecho. Pobrecita, miradla ahí, sentada en el suelo con resignación mientras se le arruga su Giambattista Valli de muchos miles de dólares.





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