No deja de sorprender que, en pleno siglo XXI, aún convivamos con culturas en las que las mujeres no tengan derecho a decidir sobre su propia vida. Pero lo que sorprende más aún es que este tipo de situaciones se den, no ya en culturas aisladas de países tercermundistas, sino dentro del marco de una potencia económica como China.
Tampoco hay que irse tan lejos: en cualquier país europeo hasta hace poco si una mujer llegaba a los treinta sin casarse tenía que lidiar sin remedio con el apelativo de solterona, y aguantar que familiares y conocidos le instaran a despabilar para que no se le pasara el arroz o se quedara para vestir santos. En cambio a los hombres en la misma situación se les adjudicara el título de soltero de oro.
Esta clasificación, herencia de nuestras sociedades patriarcales, tenía cierto sentido cuando lo único que se esperaba de una mujer era que cumpliese con sus obligaciones reproductivas de dar el mayor número de hijos. Con ese propósito en mente lo normal era que una mujer se casará en su pico de fertilidad, alrededor de los veinte años, a ser posible con un hombre algo mayor y bien situado económicamente que se pudiera encargar de asegurar el futuro de la descendencia.
Pero esos tiempos en los que las mujeres éramos meros animales de cría quedan, o deberían haber quedado, muy atrás. Hoy en día la maternidad es una elección voluntaria como cualquier otra, y hay cada vez más mujeres que prefieren dar prioridad a sus carreras y directamente no quieren tener hijos. También las hay que simplemente no tienen prisa en ser madres o aún no han encontrado a la pareja adecuada. Las técnicas de reproducción asistida dejan más margen para la edad límite a la hora de quedarse embarazada. Y también está la posibilidad de la adopción.
Pero lo más importante es que también hay mujeres que no necesitan ni quieren vivir la vida en pareja, sea por el motivo que sea. Del mismo modo que siempre ha habido hombres que no han querido renunciar a su libertad para establecerse en familia.
Por eso retomo mi sorpresa inicial del post al encontrarme con este vídeo que se está haciendo viral en el que un grupo de Sheng Nu o mujeres sobrantes de China toman el Mercado del Matrimonio para desafiar las convenciones y decirles a sus padres que ser una Sheng Nu está bien, a pesar del desprecio inherente del adjetivo con el que las etiquetan.
(El Mercado del Matrimonio es el lugar al que los padres de las solteras y solteros van a buscar pareja para sus hijos, aireando en plan mercadillo sus currículos y sus fotografías. Vamos, como una app de citas pero en versión rústica, y con la supervisión de los progenitores. En el vídeo podréis verlo mejor y entenderlo un poco más.)
Es duro defraudar a los que queremos, pero más duro aún es morir pensando que viviste la vida que otros querían para ti, en lugar de la que tú soñaste. Por eso no debemos olvidar que no estamos aquí para cumplir las expectativas de nadie.
Muy buen articulo Carmen. ¡Felicidades! Estoy también harto de la hipocresía y de los creídos que pretenden “sentar catedra” para el mundo entero en todas las facetas de nuestras vidas. Y como podemos ver, no es exclusivamente un “producto nacional” lamentablemente. Las únicas expectativas que puede tener cualquier persona independientemente de sus raíces, su religión, su color, su sexo, su estado social o su estado civil, son exclusivamente sus propias.
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