Ya he comentado en muchas ocasiones que no estoy para nada en contra de la cirugía estética. Aunque yo no me operaría porque no soy muy amiga de los quirófanos creo que cada vez más mujeres, famosas y no famosas, dan fe de los buenos resultados que pueden obtenerse cuando una se pone en manos de un verdadero profesional.

Obviamente este no parece haber sido el caso de la actriz Uma Thurman, que acaparó flashes en el estreno de su nueva mini serie no por llevar un look espectacular, sino por lucir un rostro completamente irreconocible tras someterse a varios retoques de cirugía estética. 

Cuando hace unos meses hablaba de este mismo tema a raíz de una situación parecida con Renée Zellweger no tuve ningún reparo en defenderla, dado que lo que Renée hizo fue operarse para volver a su imagen original de antes de sus primeras operaciones. A todos nos chocaba porque estábamos ya más que acostumbrados a sus ojos achinados y sus pómulos redondeados, pero lo cierto es que ambos eran fruto del bisturí y lo que la actriz quiso es volver a parecerse a su imagen natural anterior a su etapa hollywoodiense.

Pero en el caso de Uma no hay forma de romper una lanza a su favor: hemos perdido a una de las bellezas más singulares del universo del celuloide. Ella era una de esas actrices que demostraba que un físico peculiar no tenía por qué ser un impedimento para tener una carrera cinematográfica irrepetible. Irradiaba una seguridad en sí misma que la hacía deseable, magnética. Una seguridad que se ha evaporado al quedar en evidencia que está dispuesta a pagar el precio de renunciar a sí misma para luchar contra el tiempo y para continuar en esa feroz carrera por conseguir papeles en la que no le queda más remedio que competir contra actrices cada vez más jóvenes.