Todos los años, cuando llega el mes de diciembre, fracaso estrepitosamente en ese firme propósito de controlarme un poco con el tema de los excesos navideños. Porque en mi familia el problema no son tanto las grandes comilonas, que también, sino las sobremesas que se alargan habitualmente durante varias horas cada uno de los días que pasamos todos juntos.

Tras la comida llega el momento del café o de las infusiones, por aquello de que son digestivas. Pero claro, a ver en qué mesa se va a poner un café sin una bandejita de dulces al lado. Turrones, bombones. Y cuando ya el café ha quedado muy atrás, entonces alguien saca de algún sitio platitos de frutos secos. Como los frutos secos dan mucha sed hay que acompañarlos con algún cóctel o copichuela.

Y después de unas horas de charla, por algún motivo inexplicable a alguien se le vuelve a abrir el apetito y empiezan a llegar a la mesa los aperitivos de la cena, de modo que todo el ciclo vuelve a empezar sin que nos hayamos levantado de la silla más que para ir al baño. Es decir, no es que nos demos atracones de una sentada. Es que nos pasamos medio día literalmente comiendo y picoteando. Lo peor que se le puede hacer a una dieta medianamente saludable.

Pero como la edad es un grado, he llegado a un punto de mi vida en que he decidido que la culpabilidad post-navideña es un mal innecesario para mi paz mental. Así que me tomo la vuelta a la normalidad con mucha calma y me mantengo alejada de la báscula mientras sigo estos pasos detox que os muestro en mi nuevo Cosmoclip.