A estas alturas de la pandemia estamos ya la mayoría en un punto en que nos agarramos a cualquier clavo ardiendo que se parezca lo más mínimo a esa cotidianidad que nos arrebató el confinamiento. Mientras los expertos en la materia tratan de descifrar cómo de rápida o lenta será esa recuperación que volverá a reactivar nuestra economía, lo cierto es que muchos esperan ansiosos el pistoletazo de salida para volver a llenar sus bares y tiendas favoritos. Cualquiera diría que la mayoría de ellos cree que el virus ha desaparecido como por arte de magia.
Pero seguimos sin vacunas ni tratamientos 100% eficaces ante un virus que tiene muchas probabilidades de dejar secuelas serias a los afortunados que lo sobreviven
Hace unos días las peluquerías reabrían en muchas ciudades españolas, y yo no pude evitar quedarme ojiplática perdida al verlas llenarse, e incluso con lista de espera, desde el momento en que hubo peluqueras dispuestas a empuñar las tijeras. Como si el COVID-19 solo hubiera sido un mal sueño del que estábamos ya todos a salvo. Más allá de las mascarillas no había demasiada diferencia en muchos establecimientos con respecto a los días pre confinamiento.
Por mucho que los encargados de los salones se empeñen en asegurar que se guardan dos metros entre cliente y cliente, el esfuerzo queda eclipsado por el hecho de que las estilistas no pueden guardar esa distancia entre ellas mientras se mueven en semicírculos constantes alrededor las personas a las que atienden. No hace falta ser un entendido en la materia para comprender que, si esa otra clienta que han sentado a dos metros de mí está infectada, su estilista tiene muchas papeletas para infectarse también y luego pasar la bola a todas las personas que no guarden la distancia de seguridad con ella. Y si las peluqueras y estilistas no están respetando esa distancia entre ellas —muchas veces porque es imposible con el espacio que tienen para trabajar—, pues entonces el efecto dominó se convierte en solo una cuestión de tiempo.

Puedo entender que haya quienes tengan que correr el riesgo porque no les queda otra, como las personas mayores que por motivos de movilidad no pueden lavarse solas la cabeza, o quienes llevaban el pelo muy corto antes del confinamiento y ahora se ven con unas greñas difíciles de dominar incluso con toda la gomina del mundo, y siguen teniendo que trabajar y cuidar por ello su imagen.
Lo que no me entra en la cabeza es que haya quien se arriesgue y obligue a los demás a arriesgarse por el capricho de retocarse las mechas o hacerse un cambio de look. Porque aunque los dueños de las peluquerías estaban deseando abrir para no perder más dinero, también me consta que hay muchas estilistas empleadas cobrando un sueldo mínimo a las que no les hace ni pizca de gracia tener que estar trabajando a escasa distancia de otras personas, sin saber si acabarán contagiándose y llevándole el virus a sus familias.

Este es el momento de apoyar a los pequeños negocios de nuestros barrios, y la mejor forma de hacerlo es aquella en la que además de ayudarlos económicamente no los ponemos en peligro. Ayudas más al restaurante de la esquina si les compras unas tapas para cenar en casa, que si te sientas una hora a tomarte una cerveza cuando les dejen abrir las terrazas.
Y puedes ayudar de muchas formas a tu peluquería de toda la vida sin tener que arriesgarte y obligar a los empleados a arriesgarse por ti: puedes aprovechar para comprarles productos profesionales para lavar y cuidar tu cabello en casa —en lugar de comprar ese champú barato del supermercado—, o comprarles a ellos el tinte y retocarte tú misma, ¡seguro que están encantados de asesorarte!
Si de verdad necesitas un corte de pelo, que sean retoques sencillos y rápidos de hacer, como sanear las puntas. Muchos profesionales son capaces de hacer este tipo de trabajos incluso con el pelo seco, con lo que te ahorrarías el tiempo y el riesgo de tener que pasar por el lavacabezas y por el secador. Porque, ¿a qué lumbreras se le ocurrió que la combinación de “espacio cerrado lleno de gente + virus que se transmite por aerosoles + secadores a todo trapo” era una buena idea?
Las mascarillas a las que tenemos acceso la mayoría de la población ayudan pero no hacen milagros, y si tosemos o estornudamos parte de estos aerosoles las atraviesan y se quedan flotando cerca de nuestro rostro, así que añadir un secador a la ecuación es como comprar todas las papeletas para la rifa del coronavirus.
Si de verdad, de verdad, es imprescindible que vayas a la peluquería —¿lo es?— piensa que cuanto menos tiempo pases sentada en la silla, mayor favor les harás. Todos correréis menos riesgos y ellos tendrán más tiempo para desinfectar y atender a otros clientes. Es en estos tiempos tan inciertos cuando nuestra sociedad necesita de forma desesperada una buena dosis de empatía.
********
EDITO para añadir la gracia que me hace (ninguna) el ya clásico comentario de solo me quité la mascarilla para la foto que se ha convertido en una constante entre la mayoría de quienes han sentido la imperiosa e ineludible necesidad de ir a la peluquería a hacerse un cambio de look en medio de una pandemia. Porque, como todo el mundo sabe, el COVID-19 se pone en pausa cuando se trata de dejarnos actualizar nuestra cuenta de Instagram. Pero luego bien que nos gusta a todos aplaudir a las ocho.
¡Bravo! No tengo nada más que añadir. Escribo sin mascarilla, solo me la he quitado para comentar.
Me gustaLe gusta a 1 persona
¡JAJAJAJAJA! 😂
Me gustaMe gusta
Hay varios tips en tu columna para tomar buenas decisiones! No se debe bajar la guardia!
Me gustaLe gusta a 1 persona
Muchas gracias por pasarte por aquí y comentar. Ojalá la gente termine de darse cuenta de que el peligro aún no ha pasado.
Me gustaMe gusta
Buenos días,
En primer lugar, felicidades por el blog y felicidades por el día de las Cármenes.
Sin ánimo de molestar y con el único interés de promover el arte, la literatura y la filosofía te invito a estas reflexiones filosóficas del Salón de la Fantasía y a mi blog literario.
https://ernestocapuani.wordpress.com/
Gracias.
Me gustaMe gusta