En la película Los becarios Vince Vaughn y Owen Wilson son dos comerciales cuarentones a los que despiden de una empresa dedicada a vender relojes. En una de las primeras escenas Vince Vaughn le exige a su jefe que le explique el motivo por el que quiere cerrar la empresa y despedirlos. A modo de respuesta el jefe le pregunta a la secretaria, que está sentada en su mesa fuera del despacho, qué hora es. La secretaria mira la hora en su iPhone y contesta. Y a Vince Vaughn no le queda más remedio que admitir con un suspiro que lo de vender relojes es una batalla perdida. Por culpa de la tecnología.

Por eso no deja de resultar muy gracioso que ahora precisamente sea esa tecnología la que ponga todo su empeño en rescatar la costumbre de hacernos mirar de nuevo nuestra muñeca. 

Hasta hace algunos años uno podía hacer un análisis rápido y bastante fiable del estatus de una persona que acababa de conocer simplemente echando un vistazo a su reloj y a sus zapatos. Pero con la llegada de los smartphones a nuestras vidas, los móviles de gama alta fueron los encargados de sustituir en muchos casos a los relojes caros como indicadores de estatus. ¿Ha llegado el momento de dar marcha atrás en nuestro universo «móvil-céntrico» y hacerse con un smartwatch?

En realidad es una pregunta con trampa. Porque de momento nuestro universo tiene pinta de seguir siendo «móvil-céntrico» por muchos relojes inteligentes que nos empeñemos en ponernos en la muñeca. Y es que esa dependencia del smartphone de turno es desde mi punto de vista el principal inconveniente que tienen la mayoría de estos gadgets tan sofisticados y tentadores a la hora de dar el paso de convertirse de simple tendencia en moda de masas.

El tamaño de la pantalla, minúscula en un mundo que empieza a estar dominado por phablets a partir de cinco pulgadas, no es un problema real por mucho que se quejen al respecto muchos amantes de la tecnología y compradores potenciales. No hay más que echar un vistazo a la historia de los teléfonos móviles para darnos cuenta de lo veleidosas que podemos ser las personas en lo que a gustos por el tamaño se refiere. Con poner un Nokia 8310 al lado de un Galaxy Note 4 queda todo dicho. Ayer lo más eran los móviles de tamaño mechero, hoy no hay quien nos baje de las cuatro o cinco pulgadas como mínimo y mañana dios dirá. Así que el tamaño -por esta vez- no es lo que importa.

La única objeción que yo puedo dar de forma sincera es la dependencia del móvil. ¿Por qué va a querer nadie llevar cargar con un nuevo dispositivo -como si no lleváramos ya suficientes encima- cuya principal cualidad es la de ser la segunda pantalla de otro dispositivo que ya tenemos en el bolsillo? En este aspecto Samsung sí lo ha pillado al vuelo y ha puesto solución al problema con sus relojes inteligentes Gear S antes de que al resto de la competencia le dé tiempo de reaccionar, creando al fin un reloj con todo tipo de conectividad que funciona de forma independiente. En mi opinión a Samsung solo le falta ahora poner la guinda de un diseño más refinado a sus Gear S -tal y como ya hiciera con el Gear Fit en su colaboración con Tous– para terminar de convertirse en ese capricho imprescindible que queremos pero no necesitamos.

¿Qué os parece a vosotros la tendencia de los smartwatches? ¿Creéis que realmente ha llegado el momento de sustituir los relojes convencionales -y quizá los móviles- por este nuevo gadget o se trata de un capricho excéntrico que terminará pasado de moda en unos años? ¿Qué tendría que tener un reloj inteligente para que os animáseis a comprarlo y llevarlo siempre encima?