Hasta hace unos años, la guerra de muchas bloggers y personalidades de la fauna fashion por conseguir una instantánea a manos de alguno de los fotógrafos de street style que rondaban a las puertas de los desfiles se libraba a base de un barroquismo cada vez más absurdo y rocambolesco.
En los looks, cada vez más histriónicos y recargados, podía observarse ese esfuerzo en la búsqueda de una excentricidad teatral y llamativa, cada vez más exenta de autenticidad. Pero como la moda no se libra de un cierto movimiento pendular, no es de extrañar que contra esa actitud surgiera una anti-tendencia que le llevara la contraria, y que ya ha sido debidamente etiquetada como normcore.
El normcore —que viene de unir las palabras normal y hardcore— hace apología de la normalidad más anodina y absoluta. Antepone las sneakers blancas a los estiletos y los pantalones de chándal a los pantalones pitillo. Quienes se acogen al normcore lo hacen como una verdadera declaración de intenciones: tienen seguridad de sobra en su personalidad como para mantenerse a una distancia prudencial de los must de la temporada.
Y es que las tornas parecen estar cambiando en lo referente a la relación entre poder adquisitivo y apariencia, tal y como se deduce de la publicación de un estudio de la Universidad de Harvard cuya conclusión es que hoy en día el desaliño y la despreocupación por el vestir llevan implícito un factor de riqueza.
Para este estudio tomaron como ejemplo a un grupo de dependientes de tiendas de lujo en Milán, que acabaron admitiendo que percibían un mayor nivel adquisitivo a una mujer que entrara a la tienda en chándal y sin hacer muchas preguntas, frente a otra cliente que llevara un traje de chaqueta y un bolso de marca colgado del brazo. El motivo que se presupone para esta asociación puede ser la autoconfianza de este tipo de personas; a mí por ejemplo me viene enseguida a la cabeza esa imagen de Marck Zuckerberg acudiendo a una reunión con futuros inversores luciendo pantalón de pijama y chanclas.
Teniendo en cuenta la evolución de esta tendencia —viendo que cada vez más gente se acoge a ella y que empieza a adquirir tonos mainstream ya podemos eliminarle el prefijo de anti—, casi podemos pensar que la portada de Vogue España que ha visto la luz esta semana es el resultado natural e inevitable.
En ella Kim Kardashian se muestra, no ya haciendo alarde de no llevar maquillaje, sino ataviada con unos vaqueros anchos y viejos, unas braguitas blancas de algodón y un jersey roto. El típico atuendo de domingo por la tarde que cualquiera de las mortales de a pie podríamos ponernos para hacer limpieza en casa, pero con el que nos moriríamos de vergüenza si alguien con quien no tenemos mucha confianza nos viera.
Kim Kardashian no es una famosa más de las muchas que han querido mostrarse al natural. Ella es la reina del artificio y de la pose forzada, de los modelitos imposibles y los zapatos de tacones incómodos. Quizá por eso el impacto es tan notable, y me atrevo incluso a afirmar que tan solo un reportaje similar protagonizado por Lady Gaga podría desbancar el suyo en cuanto a la expectación creada.
Como cada vez que sale un reportaje o una imagen de una celebridad sin maquillar siempre hay escépticos que no están dispuestos a creérselo todo a pies juntillas. Desde Vogue aseguran que lo único que llevó Kim durante la sesión de fotos fue un poco de crema hidratante y bálsamo labial, y que previamente le habían rizado las pestañas. También afirman que las imágenes no tienen ningún tipo de retoque.
Lo que olvidan mencionar es que la chica lleva tinte y extensiones de pestañas, que junto con ese rizado previo consiguen casi el mismo efecto que con una buena capa de rímel —que también sirve para distraer la atención de las posibles ojeras—. Y yo apostaría a que también lleva las cejas teñidas y bien peinaditas.
De cualquier manera tampoco es que a Kim le haya entusiasmado tanto lo del #KimNoFilter como para llevarlo más allá del caso esporádico y puntual de esta sesión de fotos para Vogue España. Porque ya lo decía Oscar Wilde, la naturalidad es una pose dificilísima de mantener.
Lleva eyeliner. ¡por favor!
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El pedrolo que lleva en la mano es muy normcore también 🙂
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Bueno, no se iba a quitar la muchacha el anillo de compromiso para las fotos, si total lo lleva siempre puesto. Lo que pasa es que cada uno las alianzas las lleva a su gusto! 😛
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oh Dios mío!! Por lo visto he sido normcore toda mi vida y yo no tenía ni idea! Al menos ahora se supone que lo llevo está de moda, bueno, alguna vez tenía que pasar (aunque sólo sea por mera estadística)
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¡Jajajaja! 😛
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