Me pongo de muy mal humor cada vez que entro a una tienda a probarme un vestido que he visto en el escaparate y que me ha encantado, y descubro que se abrocha con una cremallera en la espalda. No sé en qué están pensando los que que confeccionan esos vestidos, si es que creen que los brazos de las mujeres están hechos de chicle y se estiran sin dislocarse hasta el infinito y más allá, o si es que creen que vivimos en esa sociedad de hace un par de siglos en la que algunas personas contaban con sirvientes que les ayudaran a vestirse cada mañana.
El tema me mosquea tanto como lo de los bolsillos falsos en los vaqueros para chicas. Por el amor de Dior, que nosotras también queremos usarlos para guardar las llaves, el móvil o lo que haga falta. Que esto de no tener bolsillos también es vestigio de esa creencia tan machista de antaño de suponer que la mujer no tenía que llevar nada de valor encima porque el dinero ya lo llevaba en sus bolsillos el hombre que la acompañaba. Porque a ellos bolsillos parece que nunca les han faltado.
Todo esto viene a cuento porque uno de los motivos por los que no solía lucir demasiado a menudo bisutería era porque mis piezas favoritas, las pulseras, muchas veces son difíciles de abrochar si no tenemos cerca a un alma amiga que nos eche una mano (tomen nota especialmente los señores de Pandora).
Pero hace poco descubrí estos dos trucos que facilitan tremendamente la tarea, y esta semana he querido compartirlos con vosotros en mi último Cosmoclip. ¡Espero que os gusten!
La bruja con tacón de aguja 